Un blog de ciencia para entender el funcionamiento del planeta y su relación con la historia de la humanidad
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Su hipótesis, hoy ampliamente aceptada, era que el abandono de los campos agrícolas por la masiva mortandad propició el recrecimiento del bosque que capturó ingentes cantidades de CO2 de la atmósfera. De aquí se deduce que factores biológicos pueden convertirse en un forzamiento que altera el funcionamiento del planeta. Pero ¿cuántas personas tuvieron que morir para alcanzar esa disminución de CO2?, o dicho de otra manera, ¿cuántas personas había antes de la llegada de Colón en América?
Hernando de Soto desembarcó en 1539 en la Bahía de Tampa, Florida, con 600 soldados, 200 caballos y 300 cerdos en busca de riquezas y territorios que apropiarse. Recorrieron todo el sudeste de la actual Estados Unidos y se encontró con grandes ciudades resguardadas con muros. De Soto terminó muriendo por unas fiebres y el valle del Misisipi no volvió a ser recorrido por un europeo hasta más de un siglo después por el francés René Robert Cavelier de La Salle quien encontró un territorio desierto. De las 50 populosas ciudades que encontró de Soto quedaban a lo mucho 10. Aunque de Soto y sus hombres no tuvieron nunca intención de ser amigos de los nativos, por decirlo suavemente, todo parece indicar que el peor enemigo de los nativos no fueron los soldados, sino los cerdos y caballos que les acompañaban. Mientras que los europeos estaban acostumbrados desde niños a las enfermedades producidas por microbios que saltaban del ganado a los humanos, los indígenas no tenían un sistema inmunitario preparado para semejante festín microbiano. La viruela, el sarampión, la gripe, antrax, brucelosis, tuberculosis, … todas estas enfermedades hicieron estragos en los cuerpos inmaculados (microbiologicamente hablando) de los nativos americanos. Los cálculos ponen la disminución poblacional entre el 50 y el 95% de la población original, un margen demasiado amplio que, por ejemplo, para la población precolombina de Mesoamérica (actual México) supondría una variación de entre 2 y 30 millones de personas. Según el antropólogo Ubelaker, el punto más bajo de la población indígena arriba del rio Grande fue de medio millón de personas en el año 1900. Si consideramos un 95% de mortandad significaría unos 10 millones de personas antes del contacto europeo. El problema es que con porcentajes altos, pequeños ajustes en la mortandad conducen a grandes diferencias. Si aumentamos solo un punto la mortandad, el 96%, entonces tendríamos 12.5 millones de personas. Y eso cuando tenemos un punto de inicio de los cálculos más o menos claro, pero los censos de siglos anteriores de los territorios españoles en los que se basan los cálculos de Mesoamérica o Sudamérica estaban lejos de ser perfectos. Muchas de las cifras originales dadas por los conquistadores y evangelizadores se piensan estaban infladas, ya que era mejor decir que habían derrotado/evangelizado a diez mil que a mil. En cualquier caso, ¿es posible que las enfermedades pudieran matar hasta el 95% de la población? Aunque muchos son muy críticos con estos grandes números, los estudiosos de enfermedades infecciosas dan buenas razones para considerar estos estragos poblacionales como una posibilidad real. Primero, la escasa diversidad genética de la población nativa. Aunque todavía con muchas dudas de cómo fue la conquista americana hace unos 15000 años, lo que sí parece claro es que los números originales de inmigrantes fueron relativamente pequeños. De hecho, una de las consecuencias todavía es observable; la diversidad de antígenos leucocitarios en indígenas americanos es aproximadamente la mitad que el de asiáticos, africanos o europeos. Para que lo entiendan, si tienen una baja diversidad de estos antígenos, sólo podrás combatir unas pocas enfermedades infecciosas, mientras que si es alta, estarás mejor protegido ante mayor variedad de enfermedades infecciosas. Además, un tercio de la población indígena actual tienen exactamente el mismo perfil de antígenos leucocitarios, cosa que solo ocurre, por ejemplo, en el uno por ciento de la población africana. También existen otras células del sistema inmunitario que nos defienden de estas agresiones, las células o linfocitos T. Existen 3 tipo de linfocito-T, uno de estos tipos son las “T-colaboradoras” que ayudan a reconocer objetos extraños para que sean atacados por los otros tipos de linfocitos. Según algunos investigadores en las poblaciones americanas estas T-colaboradoras habrían evolucionado por miles de años para reconocer parásitos como nemátodos y otros “gusanos”, muy comunes en América, pero podrían haber sido realmente malas reconociendo microbios, lo que les daba una clara ventaja a éstos para invadir un cuerpo que se daría cuenta demasiado tarde del ataque. Estas características biológicas de los indígenas americanos son compartidas con sus ancestros, las tribus siberianas. De hecho, en 1768 una plaga de viruela golpeó Siberia y mató al 80% de la población indígena, según el testimonio de pobladores rusos. El 80%. En un sólo golpe. De una única enfermedad. Cuando el Capitán Cook llegó a Kamchatka, encontró numerosas poblaciones completamente desiertas que apenas conservaban los cimientos de las casas. No parece tan descabellado, por tanto, mortandades del 95% tras el impacto de diferentes enfermedades infecciosas y la práctica desaparición de las principales construcciones de adobe y madera que utilizaban mayoritariamente los pobladores de Norteamérica en un par de siglos. De hecho en Baja California apenas quedan "cuatro piedras" de las Misiones religiosas españolas más norteñas, realizadas en adobe y abandonadas hace apenas 150 años. Lo cierto es que los europeos nunca fueron capaces de conquistar ni un solo territorio hasta que las enfermedades no hicieron estragos en las poblaciones nativas. Hernán Cortes sobrevivió de milagro a la llamada “Noche Triste” (que debió ser una verdadera fiesta para los Mexicas) y sólo cuando la viruela empezó a diezmar la población pudo doblegar el poderío azteca en alianza con otros nativos. Bartolomé de Las Casas dejó escrito que entre la brutalidad y las enfermedades pudieron morir millones de personas. Porque esa fue otra, un cuerpo sano podría haber resistido mucho mejor a las enfermedades que un cuerpo debilitado a base de latigazos, violaciones y el trabajo esclavo al que fueron sometidos los nativos. De hecho, la pérdida de los elevados estándares higiénicos que tenían la población nativa antes de la llegada europea pudo empeorar las cosas y estar relacionada con la alta mortandad que la Salmonella provocó hacia 1545 según un reciente estudio.
Las enormes poblaciones de bisontes (40 a 60 millones) que había en el siglo XVIII en Norteamérica parece que pudieron estar relacionadas con la desaparición de su principal depredador, los humanos. Así, según algunos historiadores como William Cronon, los nativos debían mantener a los bisontes como una especie de ganado asilvestrado a modo de despensa en números mucho menores y, al reducirse la población humana, los bisontes proliferaron sin depredadores importantes por 200 años. La visión que se ha tenido por mucho tiempo de las tribus americanas como atrasadas y esencialmente nómadas no ha sido más que una consecuencia del colapso de sus sociedades. Es difícil dar cifras, pero desde luego están lejos los estudios de los años 30 que suponían poblaciones en Norteamérica de 1 millón de habitantes y de 8 millones para toda América. Por ejemplo, poblaciones por encima de 20 millones parecen mucho más plausibles para Mesoamérica. Para que se hagan una idea, España y Portugal en aquella época no superaban los 10 millones, y la población de México no superó los 20 millones hasta los años 50 del siglo XX. Hay quien defiende que el altiplano mexicano podría ser la región más densamente poblada del mundo en aquel entonces, por encima de China o India, y el continente entero podría superar los 100 millones de personas. Es decir, el 12 de octubre de 1492, cuando Colón pisó América, había más gente viviendo en América que en Europa, y la caída en la concentración de CO2 de la que hablábamos al principio estuvo relacionada con la muerte de una de cada cinco personas en el mundo. Mañana 12 de octubre muchos hablarán del genocidio americano. Yo no voy a entrar en esa discusión porque precisamente los intereses políticos no han ayudado a establecer unas cifras más fiables. Tradicionalmente ingleses y holandeses utilizaron las cifras de Fray Bartolomé de Las Casas para dejar a España como un imperio sin escrúpulos. Otros dicen que de las Casas infló los números para llamar la atención y concienciar a los reyes de que promulgaran leyes en favor de los indígenas, como así ocurrió. Hoy sigue ocurriendo algo parecido pero con otros protagonistas.. Sea como fuere, lo cierto es que el colapso demográfico habría pasado bajo cualquier circunstancia. Ya hubieran sido españoles, africanos, ingleses o chinos, con ánimos de guerrear o de hacer el amor y no la guerra, el colapso poblacional americano era inevitable en cuanto el viejo y el nuevo mundo entraran en contacto.
Otras referencias y/o enlaces de interés
Artículo en wikipedia con esta misma pregunta: https://es.wikipedia.org/wiki/Poblaci%C3%B3n_de_Am%C3%A9rica_precolombina Libro Bartolomé de las casas: http://www.rae.es/sites/default/files/HOJEAR_Brevisima_relacion_de_la_destruicion_de_las_Indias.pdf http://science.sciencemag.org/content/321/5893/1148 https://www.sciencedaily.com/releases/2017/02/170207092752.htm http://www.nature.com/news/collapse-of-aztec-society-linked-to-catastrophic-salmonella-outbreak-1.21485?WT.mc_id=FBK_NatureNews http://blogs.plos.org/publichealth/2013/07/30/guest-post-what-killed-the-aztecs/ http://www.abc.es/espana/20150428/abci-mito-genocidio-america-201504271956.html http://web.aldeeu.org/2014/08/14/las-enfermedades-infecciosas-y-la-conquista-espanola-de-america/
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Cuando hablamos de reconstrucciones del clima a partir de documentos históricos, estos mismos registros también nos están diciendo mucho de las cosas importantes que representan a un pueblo. En España y latinoamérica la iglesia hizo importante y parte central de la cultura los rezos y procesiones y hoy tenemos buenas reconstrucciones gracias a las rogativas. En Holanda, el “país bajo” que lleva centurias combatiendo las mareas altas del mar es donde se inventó el primer sistema de mediciones del nivel del mar y tienen un buen registro desde el siglo XVIII. En la costa de china los reportes oficiales informaban de la llegada de los tifones. En Francia en cambio, lo que más les preocupó a lo largo de su historia es el vino y en la región de la Borgoña llevan apuntando la fecha de la vendimia desde el siglo XIV. Con razón es el pueblo que nos liberó del yugo monárquico con su revolución de 1789, aunque como veremos les costó un tiempo mayor para actuar con la libertad que aparentemente habían ganado. Lo primero que hay que entender es que antes de la revolución francesa el día de la vendimia no era el día que quisieran los que cultivaban la uva, sino que había una orden (“ban des vendages”), de origen municipal (o señorial mientras duró la organización medieval de señoríos), que dictaminaba el día que podía empezar la recolecta de la uva. Este día no era escogido al azar, sino basándose en la decisión tomada por personas cualificadas que evaluaban la madurez de la uva. Como veis tan protocolario como las rogativas de las iglesias y es precisamente estos sistemas tan protocolarios los que dan fiabilidad a los datos. Después de la revolución, el sistema se perpetuó con pequeñas modificaciones a pesar de que en teoría podían recolectar libremente según sus intereses; es difícil cambiar costumbres adquiridas por cientos de años. La cosa cambió un siglo después, en 1889, cuando hubo varias plagas, como la filoxera, que estaban provocando grandes pérdidas en las vides europeas y, ahora ya sí, cada agricultor decidía cuando recoger la uva. Ya en tiempos modernos, desde 1979, se proclama a posteriori un día oficial de vendimia en base a los datos de recolección de diferentes viñedos y que pueden variar según la variedad de uva. Ahora bien, ¿qué cualidades debe tener la uva para empezar a recolectarla y qué relación tiene con el clima? Si no han vivido en una cueva habrán sido testigos de la moda del vino y de todos los parámetros que se consideran en la evaluación de un vino: color, olor, grado alcohólico, etc y por su puesto el sabor que es en lo que nos fijamos los más profanos; para mi el vino bueno es el vino que me gusta. Pues bien, todas esas características empiezan en la propia uva, aunque después el proceso de fermentación y almacenaje también tenga su importancia, y para un mismo viñedo dependerán esencialmente de la lluvia y el calor que ha recibido la planta y el fruto. Para tener una buena cosecha primero debe crecer bien y que los racimos y uvas alcancen a tener un buen tamaño, que depende de la disponibilidad de agua y calor que ha tenido la vid en primavera. Si ha llovido poco, o ha hecho mucho frío los racimos crecerán poco y serán más pequeños. La importancia de ambos factores dependerá de cada sitio. En zonas secas y cálidas como el sur de la península ibérica, de Italia o Baja California en México, el factor agua es el limitante y por eso es normal el riego artificial. En zonas más húmedas como Francia o Alemania, es el calor lo que falta y será el factor más importante para conseguir una buena cosecha. Para atinarle a la fecha exacta de recolección en el verano, uno de los factores más importantes es que la uva tenga una concentración de azúcares adecuada, lo que después permitirá la fermentación y el grado alcohólico. Esto está relacionado con un balance entre calor y lluvia en verano (y del tamaño que ha alcanzado la uva en primavera). Si el verano es lluvioso y fresco puede ser un problema, ya que la uva queda “aguada”, con pocos azúcares, y después no va a alcanzar el grado alcohólico necesario en la fermentación. En estas condiciones se retrasa la cosecha esperando que unos días de sol intenso le den la concentración de azúcares necesaria. Si el verano es muy caluroso y seco debe adelantarse la recolecta para que no se seque el fruto. Este equilibrio se ve claramente al analizar las fechas de vendimia de diferentes regiones. En Baja California y otras regiones de clima mediterráneo seco las fiestas de la vendimia son en agosto, mientras que en zonas más húmedas son en septiembre u octubre. Una vez sabido esto, no les sorprenderá saber que las fechas de recolección de la uva en Francia están claramente correlacionadas con la temperatura entre los meses de abril a agosto; temperaturas más elevadas están relacionadas con fechas más tempranas de recolección, algo que no es tan claro en el sur de España, Portugal o Italia. En el caso de Francia, por el incremento de un grado de temperatura se reduce hasta 6 días la fecha de recolección. Cuando observamos la serie de tiempo más larga, de la región de Borgoña, podemos ver los grandes patrones, cómo se entra en la pequeña edad de hielo hacia 1400 y se sale al periodo cálido actual, con un récord en 2003 con la cosecha más tempranera de todo el registro. Una pena que no haya datos del periodo Medieval, que fue cálido en Europa, para compararlo con los datos actuales. También llama la atención un periodo con cosechas más tempraneras (1640-1750) que coincide en gran parte con el mínimo de Maunder durante el cual el sol estuvo menos activo y se supone más frío en Europa. Esto es un ejemplo de libro de cómo un único registro puede llevarnos a engaño debido a muchos factores; cambios en prácticas agrícolas, presencia de plagas, mayor deforestación que influyó en la humedad del valle, etc. Ahora vean la imagen de abajo en la que se compilan los datos de 27 regiones vinícolas de Europa. Estos datos confirman que el año 1816 no tuvo verano, debido a la explosión del Tambora, con las fechas más tardías de cosecha de todo el registro a nivel global. También se ve cómo en el periodo del mínimo de Maunder (1645-1715) se registran dos cosechas bastante tardías y ninguna temprana lo que confirma que sí hizo frío, aunque en algunas regiones como la de Borgoña no se vea. De la misma forma que el registro de la cosecha nos ayuda a reconstruir el clima, la puesta en común de datos climáticos y de vendimia puede ayudar a entender mejor las necesidades de la uva para conseguir un buen vino. Algo que ha llamado la atención recientemente es la relación de la uva francesa con la precipitación, ya que en general si el año era lluvioso se necesitaba retrasar la recolecta de la uva. De hecho, para esta región los vinos de mejor calidad son los que se recolectan antes, cuando coinciden altas temperaturas y condiciones secas en verano y en los últimos años la vendimia se ha adelantado bastante respecto de los últimos cinco siglos como se observa en la figura de abajo. Sin embargo, al juntar datos de precipitación y temperatura (obtenidos con anillos de árboles, registros históricos, espeleotemas y núcleos de hielo) y compararlos con los de recolección de la uva en diferentes lugares de Francia y la nota alcanzada en cuanto a calidad, se observa que durante los últimos 30 años las temperaturas han sido lo suficientemente elevadas para que la uva alcance sus cualidades necesarias sin que hubiera un periodo seco típico del final del verano. Una forma de verlo es tomando los años con la vendimia más temprana (al menos 7 días antes del promedio) de los dos periodos, 1600-1980 y 1981-2007, y ver como fueron su temperatura, precipitación y la humedad del suelo. Así se observa, en la figura de abajo, cómo antiguamente los vinos tempraneros de alta calidad franceses coincidían con temperaturas por encima del promedio y condiciones más secas del promedio. En cambio, en las últimas décadas las condiciones son claramente más cálidas, pero la lluvia y la humedad del suelo tienen valores incluso por encima del promedio. Hasta aquí mi trilogía de registros históricos. La semana que viene un poco de carbón y nieve para la navidad que ya se acerca. Referencias: Cook y Wolkovich 2016 Climate change decouples drought from early wine grape harvests in France. Nature Climate Change. doi: 10.1038/NCLIMATE2960 Krieger et al., 2011 Seasonal climate impacts on the grape harvest date in Burgundy (France). Climate of the Past. doi:10.5194/cp-7-425-2011 Daux et al., 2012 An open-access database of grape harvest dates for climate research: data description and quality assessment. Climate of the Past. doi: 10.5194/cp-8-1403-2012 Es relativamente fácil reconstruir el clima de una región a partir de un paleoregistro o de algún registro histórico. Lo difícil es saber las causas, es decir, el forzamiento que produjo esas condiciones climáticas. Cuando se intenta reconstruir directamente un forzamiento como el El Niño Oscilación del Sur (ENSO) durante las últimas centurias tenemos ese problema, ¿es esa señal (lluvia/sequía/falta de pesca) que vemos realmente debido al ENSO? Sabemos que El Niño produce fuertes lluvias en las costas de Ecuador y del norte de Perú, así que parece lógico querer reconstruir estos eventos de El Niño a partir de registros de lluvias de esta región, y de hecho existen en la literatura varios intentos por reconstruir los eventos de El Niño a partir de textos históricos. Allá a finales del siglo XIX el geógrafo peruano Victor Eguigúren ya hizo un primer intento de reconstruir las lluvia de El Niño en la ciudad de Piura. Apenas se entendía un fenómeno que mostraba cómo las lluvias en la región coincidían con las penurias de los pescadores, y Eguigúren ya fue capaz de crear el primer índice de intensidad de El Niño para el periodo 1791-1890 y poner las bases de una metodología que se fue desarrollando con los años (por desgracia no he encontrado la publicación original). Se da la curiosidad que parte de los documentos del archivo de Piura, que sería de gran utilidad para reconstruir El Niño, están dañados o se perdieron con las lluvias intensas de El Niño y lo que queda está en la ciudad de Trujillo. Uno de los más referenciados esfuerzos por reconstruir El Niño, lo lideró W.H. Quinn de la universidad Estatal de Oregón en colaboración con funcionarios del Banco Central de Reserva del Perú en los años 80. Así, a partir de publicaciones en cinco idiomas diferentes, basándose en registros como tormentas intensas, tiempos de viaje de barcos excepcionalmente cortos o largos en rutas conocidas, cosechas perdidas, inundaciones o epidemias de diferentes partes potencialmente afectadas por El Niño, hicieron una reconstrucción en la que consideraban tres categorías de intensidad; muy fuerte, fuerte y moderado. Años más tarde, en el 2000, el investigador francés, fallecido a principios de este mes, Luc Ortileb del Instituto de Investigación para el desarrollo (IRD) quien había trabajado por décadas en las costas de Chile y Perú, hizo una revisión del trabajo de Quinn y vio algunas inconsistencias. Por ejemplo, algunas de las regiones de Perú (centro y Sur) que Quinn había relacionado con El Niño, en realidad no tienen una relación clara con este tipo de eventos. En otros datos le parecía un registro demasiado disperso como para afirmar que era debido a El Niño. Al final, tras la “limpieza” de Ortileb parecía que había menos de la mitad de eventos de El Niño entre 1550 y 1900 y que en las últimas centurias El Niño se había hecho más recurrente. Pero surgía la duda de si en los últimos siglos habían ocurrido más eventos de El Niño, o es que simplemente había más registros fiables en los siglos más recientes debido a las muy diversas fuentes documentales utilizadas. Este problema lo vino a solucionar un equipo liderado por investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, con Ricardo García Herrera a la cabeza, que ya tenían amplia experiencia en la revisión de documentos históricos como las rogativas de las iglesias de la que hablamos la semana pasada. Estos autores, en colaboración con otros latinos que trabajaban en diversas instituciones de USA y Argentina revisaron el Archivo Departamental de la Libertad de la ciudad de Trujillo en el norte de Perú, y confirmaron los datos con el Archivo de Indias en Sevilla y del Archivo General de la Nación en Lima consultando en total más de 250000 paginas de fuentes fidedignas. Para reconstruir los eventos de El Niño se fijaron principalmente en los escritos sobre la presencia de precipitaciones excepcionalmente fuertes, y/o el desplome de las capturas pesqueras. Sus resultados mostraban una clara variabilidad centenaria en la frecuencia de eventos de El Niño, pero no se veía una tendencia clara en el periodo de 350 años.
Por lo tanto, la relación entre El Niño con otra región tiene un intermediario, y ese intermediario puede tener sus propias variaciones y sus propios estados “normales”. Un ejemplo claro es El Niño pasado (2015-2016) que esperábamos que las lluvias aliviasen la sequía de las Californias y al final la precipitación estuvo por debajo del promedio. Sin embargo, los “clásicos” efectos de El Niño en África, Sudamérica o Australia sí se observaron. La teleconexión atmosférica con Norteamérica no funcionó como nos tenía acostumbrados y probablemente el anómalo calentamiento del Pacífico Norte de los últimos años esté relacionado. Un caso bien estudiado de este problema es el caso del las variaciones en el flujo del río Nilo. El Islam llegó a tener un periodo de esplendor entre los siglos VII y XV gracias a que eran grandes científicos, y como tales recababan gran cantidad de datos de la naturaleza y la sociedad. Entre estos datos hoy se conserva un excelente registro de las crecidas del Rio Nilo que medían gracias a los Nilómetros, que ya vimos anteriormente, algo que ya existía desde la época de la gran civilización egipcia. Cuando en una entrada anterior describimos El Niño, hablamos de las sequías que ocurren en Etiopía y estas sequías por supuesto afectan a la cantidad de agua que fluye por el Nilo y potencialmente a las descargas en el Mediterráneo. Basándose en esta relación Quinn hizo una reconstrucción de la variabilidad del ENSO desde el siglo VII utilizando, entre otros registros, las crecidas del Nilo; menores crecidas del Nilo lo relacionó con eventos de El Niño y grandes crecidas con eventos La Niña. Pero las cosas no son tan sencillas. Comparando registros históricos de Sudamérica y el del Nilo, Ortileb (que parece que disfrutaba llevar la contraria a Quinn) vio que la correlación era bastante buena a partir de 1824, pero no en el siglo anterior. Esta fecha coincide a grandes rasgos con el final de la Pequeña Edad de Hielo y son numerosos los registros que observan profundos cambios en la circulación atmosférica al final de este periodo. Un cambio que conectó mediante una teleconexión atmosférica la precipitaciones en la cuenca del río Nilo con el calentamiento del agua superficial marina de las costas de Ecuador y Perú. Un cambio que nos hace dudar de la fiabilidad del registro del Nilo como proxy del ENSO en periodos anteriores. Actualmente, ningún registro de El Niño reconstruido a partir de archivos se considera totalmente fiable, incluso son menos utilizados que los registros provenientes de corales u otros paleoregistros. Para mí el más fiable es el de García-Herrera, pero por la simple razón de su parecido con los datos de mi investigación con sedimentos marinos. Miramos el clima del pasado a través de las gafas que nos ha dado el clima presente y todo parece indicar que éste lo hemos alterado desde al menos la revolución industrial. La graduación de nuestras gafas no es perfecta; vemos un poco menos borroso, pero nunca con la nitidez deseada. Necesitamos seguir recuperando datos del pasado que pulan ese cristal de nuestras lentes para ver un poquito mejor. Si vives o eres originario de un país de tradición católica, y teniendo en cuenta que estas leyendo un blog en español es lo más probable, sabrás de procesiones, rezos y otra parafernalia creyente para pedir al santo o virgen para que llueva y tener buena cosecha. En general son los propios creyentes quienes piden este tipo de eventos cuando miran el cielo y lo ven demasiado despejado para la época. Esto se denominan peticiones rogativas y muchas de estas parroquias, iglesias y catedrales han llevado un detallado registro de estas peticiones a lo largo de su historia ya que era un asunto realmente serio con un protocolo bastante detallado. El proceso era, y probablemente siga siendo en zonas rurales de España y Latinoamérica, que la gente pedía al municipio el inicio de estas rogativas y después el municipio pedía al párroco que se hiciesen las rogativas, dejando claro quien era la máxima autoridad. Por su puesto por cada paso había varias reuniones para hacerse los importantes. Esta tradición permitía a la población imprimir su acerbo cultural a un evento religioso y demostrar sus preocupaciones. A la vez la iglesia tenía bajo control a la población, evitando las protestas y canalizando las tensiones sociales. Todo este protocolo ha quedado fielmente transcrito y hoy está resultando enormemente útil para la reconstrucción histórica de “calamidades”. En este blog nos interesan las calamidades relacionadas con el clima, sequías, inundaciones, pero también se hacían peticiones rogativas por enfermedades, epidemias, o por la salud del rey de turno. En el caso de España (de la península Ibérica), las rogativas relacionadas con las lluvias se hacían entre las festividades de San Marcos (25 de abril) y San Isidro (15 de mayo), justo el periodo primaveral en el que la presencia de lluvias es crítica para una buena cosecha. Estas fechas “oficiales” se pusieron durante el pontificado de San Greogorio Magno en el año 590 y, como muchas otras celebraciones, no es más que una adaptación de las costumbre paganas y festividades agrícolas que pedían agua al dios de la lluvia con cantos y sacrificio de animales. En el caso de México (Nueva España hasta 1821) es un poco diferente, ya que como sabemos la entrada de los españoles fue como el de un elefante en una cacharrería. Ignoraron el conocimiento agrícola prehispánico, como las chinampas en Tenochtitlán, y empezaron a organizar los cultivos a la manera española, aunque el clima, la geografía y las variedades introducidas y originales tenían muchas diferencias. Así por ejemplo hay bastantes rogativas por inundaciones, pero a veces se duda si es por eventos de precipitación extremos o por modificaciones del territorio que favorecieron ese tipo de desastres. También hay rogativas relacionados con terremotos y actividad volcánica que no se daban en la península ibérica. En algunas localidades también se hacía una rogativa anual tratando de adaptar celebraciones indígenas, pero en otras no se hacía así, por lo que la institucionalización de las rogativas parece que no es tan fiable en poblaciones pequeñas. En cualquier caso en ciudades importantes, como ciudad de México, hay un registro bastante bueno de rogativas (no sólo de México sino de Filipinas, Cuba o incluso Alaska) que muestran cómo la Virgen de Guadalupe y la Virgen de los Remedios tomaron el puesto del dios Tlaloc de los aztecas. Una de las cosas más interesantes es que había varias categorías en las rogativas de acuerdo a la severidad de la sequía, así que no es simplemente un archivo de ceros y unos (0=no hay sequía; 1=sequía) sino una escala completa. Las acciones que se tomaban diferían de unos sitios a otros. En la tabla siguiente especifico las escalas más comunes de España y México. Si les interesa la parte histórica les recomiendo lecturas al final de esta entrada. Yo les voy a contar algunos de los resultados sobre el clima de la península Ibérica y México que se han obtenido a partir de estos registros y su relación con algunos de los forzamientos que ya hemos comentado en entradas anteriores. Si recuerdan ya vimos cómo el mínimo de Maunder (entre 1645 y 1715) influyó en las presencia de huracanes en el Caribe. Sin embargo, no muy lejos de esos mares, las precipitaciones fueron más convulsas para el centro de México (región de México, Puebla, Morelia, Oaxaca y Guadalajara) donde hubo mas precipitaciones fuertes que en el periodo posterior en base a las rogativas pro serenitatem (es decir, ceremonias en los que se pide la dispersión de tormentas). También, según Garza-Merodio, hubo menos sequías según las peticiones pro pluvia (que piden que llueva). Aparentemente, estas condiciones tan húmedas perjudicaron al trigo introducido por los españoles y las plagas fueron más comunes, lo que produjo revueltas sociales en las décadas más anómalas, climáticamente hablando (1680-1690). Esto también ocurrió en Perú, lo que llevó a un cambio en la agricultura, disminuyendo desde entonces el uso del trigo y aumentando el de caña de azúcar. Para la península Ibérica en cambio los datos no están claros y varían entre estudios, el mínimo de Maunder pudo provocar condiciones más secas según Domínguez Castro y colaboradores (2010), mientras que en Barriendos (1997) observan menos peticiones de lluvia, lo que sugiere condiciones más húmedas. ¿A cual hacemos caso? Ambos autores piden cautela con los resultados, pero parece lógico pensar que el estudio de 2010 al estar más actualizado y considerar más fuentes documentales (de más iglesias) es más fiable. También vimos anteriormente cómo la actividad volcánica puede producir cambios en el clima, y esto también ha quedado registrado en los archivos de iglesias católicas. Hay que considerar que la explosión del Tambora (1815) coincidió con otro mínimo solar, el mínimo de Dalton (1790-1830), por lo que sus efectos pueden confundirse. De hecho, la combinación de ambos, actividad volcánica y menor actividad solar, es lo que se cree produjo todo el periodo frío conocido La Pequeña Edad de Hielo. En México en el año 1815 hubo grandes tormentas, de igual forma que vimos para Waterloo, mientras que los años siguientes en general fueron condiciones más secas. En España aparentemente ocurrió algo parecido, muchas lluvias justo después de la erupción, pero en 1817 las rogativas pro lluvia se hicieron por toda la península, lo que sugiere una fuerte sequía (Dominguez-Castro y colaboradores 2012) Resumiendo, hoy vimos cómo un mismo forzamiento (los mínimos solares) puede tener un efecto diferente en Mesoamérica y la península Ibérica, u otro tipo de forzamiento (volcanes) consecuencias parecidas a pesar de la distancia. La semana que viene seguiremos con este tipo de reconstrucciones históricas, pero esta vez, para el fenómeno de El Niño. Referencias
Para España consulten el artículo “Las rogativas” de Carmen Gozalo de Andrés para la revista del aficionado a la meteorología [PDF], o algo más técnico “La climatología histórica en el marco geográfico de la antigua monarquía hispana” de Mariano Barriendos [aquí]. Para México “Climatología histórica: las ciudades mexicanas ante la sequía (siglos XVII al XIX )” de Gustavo Garza Merodio de 2006 [PDF]. Otros artículos de este autor (1 y 2) En todos ellos podrán encontrar muchas otras referencias de interés. |
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