Un blog de ciencia para entender el funcionamiento del planeta y su relación con la historia de la humanidad
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Gracias a la entrada anterior ahora ya podemos afirmar que después de una explosión volcánica, “winter is coming”. En esta entrada voy a explicar cómo hemos llegado a saberlo e incluso a afinar el número de años fríos que ha habido después de una explosión volcánica. Sabemos que en determinadas zonas del planeta hay enormes cantidades de hielo, principalmente en los polos y en las montañas. Son glaciares que año a año acumulan nieve desde hace miles de años que por compactación y las frías temperaturas se terminan convirtiendo en hielo. Y como durante el verano puede producirse cierto deshielo, el resultado es que puede observarse una banda anual de densidades en el hielo, que nos permite contar con buena precisión el número de años en un cilindro extraído del hielo, al que llamamos núcleo de hielo. Lo máximo reconstruido con precisión anual de las bandas de hielo han sido 60000 años en núcleos de Groenlandia. Después por la presión del peso del hielo esas bandas se borran y es necesario utilizar otras técnicas de datación que algún día veremos. El núcleo de hielo más largo obtenido es de la Antártida, un núcleo de más de tres kilómetros de largo que refleja variaciones climáticas de los últimos 800.000 años. Los glaciares ecuatoriales, como los presentes en los Andes, no son tan largos, pero han aportado información muy valiosa de la climatología ecuatorial e incluso de actividad humana en periodo prehispánico. Por desgracia el actual calentamiento global está poniendo en peligro poder obtener más información debido al deshielo provocado por las altas temperaturas. En cuanto a los análisis que se hacen incluyen la propia densidad del hielo y lo que queda atrapado en ese hielo, de forma similar a los núcleos de sedimento. Los años con más nieve tendremos bandas más anchas de hielo que en años más secos. Además la nieve atrapa gases atmosféricos o de origen volcánico, así como partículas de polvo que nos da información de variaciones climáticas, globales y regionales. Ahora imagínense que tomamos unos núcleos de hielo del polo norte, en Groenlandia y otro del polo Sur en la Antártida y analizamos la presencia de residuos típicos de explosiones volcánicas, como cenizas y aerosol de sulfatos (SO2). Puede ocurrir que para una fecha en concreto, sólo veamos residuos volcánicos en uno de los polos o en los dos a la vez. Cuando lo encontramos en uno de los polos quiere decir que fue debida a una explosión en latitudes medias y altas. Cuando eso ocurre, la propia circulación atmosférica se encarga de que las cenizas o el SO2 prácticamente no salga del hemisferio en el que se encuentra el volcán que explosionó. Sin embargo, en determinadas fechas se observan residuos similares en ambos polos, lo que nos está indicando que la explosión volcánica se produjo en la región tropical. Esas explosiones son las que tienen mayor capacidad de influir en el clima global de La Tierra. Este estudio lo realizaron Sigl y colaboradores, y vieron entre otras cosas que la explosión del Tambora de 1815 no está ni siquiera entre las cinco explosiones más fuertes de los últimos 2500 años. Mientras que el Tambora produjo una reducción de la llegada de luz solar de entre el 15 y el 20%, en 1257 la explosión del volcán Samalas, también en Indonesia, produjo una reducción del 35% en la llegada de luz solar.
En la parte superior se observa la anomalía de crecimiento de los árboles, en verde y la reconstrucción de temperatura en naranja. Abajo las diferentes explosiones volcánicas, en azul del Hemisferio Norte, en púrpura del H Sur y en rojo los de la región tropical. Las 40 mayores explosiones están marcados con una cruz. Sigl y colaboradores 2015 Pero Sigl y colaboradores fueron más allá en su estudio, porque los datos que extraían de los núcleos de hielo los compararon con paleoregistros de anillos de árboles, por lo que pudieron afinar mucho más las consecuencias de las explosiones volcánicas. Y observaron que tras estas explosiones volcánicas tan masivas se producía una clara reducción en el crecimiento de los árboles, y de la temperatura, incluso por más de 10 años. Hasta entonces se pensaba que no superaba los 5 años, por lo que este dato permitirá ajustar mucho mejor los modelos climáticos computacionales. Nuevamente vemos cómo el cruce de datos de diferentes paleoregistros de distintas regiones nos permite saber mucho más de nuestro planeta. Por ejemplo, que los dos últimos periodos fríos, La Pequeña Edad de Hielo y Los Años Oscuros*, están relacionados con el incremento de la actividad volcánica y la consecuente reducción de la irradiación solar en la superficie terrestre. *No hay un nombre estándar para Los Años Oscuros (entre 450 y 800 CE aproximadamente). Los Años Oscuros hace referencia a la Edad Media Antigua en Europa cuando se enterró todo el conocimiento romano. Otros autores también lo denominan el periodo de Las Grandes Migraciones, mientras que en América se suele referenciar con la lenta decadencia del periodo clásico Maya.
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