Había una vez, en un lejano lugar… cuántos cuentos y leyendas empiezan así, sin que nos preocupemos por preguntar, ¿cómo que una vez?, ¿qué fecha era?, ¿qué año?, no, pues si no me das las coordenadas de GPS ya no sigas con el cuento. Sin embargo los geólogos contaban cuentos que siempre empezaban así, “había una vez”. Aunque intentaban poner fecha a sus observaciones, en realidad no tenían fechas precisas, pero no les faltaba imaginación y sabían que, como en los cuentos antiguos, la muchacha primero era capturada por una bruja malvada y más tarde el príncipe llegaba a rescatarla al final del cuento. Ya vimos como los isótopos radiactivos funcionan como un reloj en cuenta regresiva, pero no fueron utilizados hasta mediados del siglo XX. Entonces, ¿cómo sabían los geólogos la antigüedad de los fósiles?, ¿cómo contaban sus cuentos sin que empezase por el rescate de la muchacha y terminase con el rapto por la bruja? Hoy vamos a explicar un poco esas metodologías de datación sin el uso de radioisótopos que todavía se siguen usando y complementan a las dataciones de Carbono 14, Uranio o Torio. Son las técnicas de datación relativa, es decir, simplemente ordenan de más antiguo a más nuevo sin darle una fecha precisa
En la imagen de la derecha podemos ver cómo se relaciona la estratigrafía, esa parte de la geología que estudia las capas (o estratos) del suelo, con las edades de La Tierra. Estos estratos son la base sobre la que se construía una secuencia de tiempo con edades relativas, es decir, siguiendo unas sencillas leyes debe quedar claro cual capa es anterior y cual posterior, aunque no estuviese claro cuantos años antes del presente fuera. En el video está muy bien explicado.
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Cada una de estas capas estratigráficas tienen una coincidencia en los tipos de fósiles, así que si encuentras un fósil de Tyrannosaurus rex en un terreno de California y otro en Colorado, puedes deducir que esos dos suelos tienen una edad similar, son del Cretácico. Evidentemente, los T. rex vivieron por millones de años, por lo que si quieres una datación más precisa deberás trabajar los fósiles con más detalle, observando sus pequeñas variaciones. Veamos algunos ejemplos de estos detalles.
Uno de los grupos de fósiles más utilizados para la datación dentro del Pleistoceno (conocida como la edad de hielo) son un grupo de roedores muy comunes. Hay que entender que el hecho de que haya muchos fósiles de un mismo grupo esparcidos por una vasta región, facilita enormemente la correlación cronoestratigráfica entre regiones; es decir, sincronizar los relojes de los suelos de toda una región geográfica. Por eso suele interesar pequeños animales que son muy abundantes y no los más escasos depredadores tope. Pues bien estos roedores de la familia Arvicolina son bastante comunes y se ha realizado un extenso estudio de la evolución de sus dientes. Así, que si en un estrato de una cuenca sedimentaria te encuentras un diente de estos roedores, sólo tienes que ir al experto de turno para que te diga en qué momento del último millón y pico de años llegó ese diente ahí. Otros organismos como trilobites, foraminíferos o el polen de las plantas se les ha dado un uso similar en diferentes eras geológicas.
Uno de los grupos de fósiles más utilizados para la datación dentro del Pleistoceno (conocida como la edad de hielo) son un grupo de roedores muy comunes. Hay que entender que el hecho de que haya muchos fósiles de un mismo grupo esparcidos por una vasta región, facilita enormemente la correlación cronoestratigráfica entre regiones; es decir, sincronizar los relojes de los suelos de toda una región geográfica. Por eso suele interesar pequeños animales que son muy abundantes y no los más escasos depredadores tope. Pues bien estos roedores de la familia Arvicolina son bastante comunes y se ha realizado un extenso estudio de la evolución de sus dientes. Así, que si en un estrato de una cuenca sedimentaria te encuentras un diente de estos roedores, sólo tienes que ir al experto de turno para que te diga en qué momento del último millón y pico de años llegó ese diente ahí. Otros organismos como trilobites, foraminíferos o el polen de las plantas se les ha dado un uso similar en diferentes eras geológicas.
Otro caso curioso ocurre con los organismos que añadían una capa de calcita a su concha cada día, como los tetracorales (o corales Rugosa) que vivieron durante el Paleozoico, es decir, según la imagen de arriba, durante 250 millones de años. Durante un tiempo tan prolongado ocurren muchas cosas, por ejemplo, que el planeta reduce su velocidad de rotación y por lo tanto disminuye el número de días por año. Así, este grupo durante el Devónico presenta 396 anillos -o días-, los del Silúrico 402, los del Cámbrico 424. |
Pero además de fósiles de animales y plantas otros métodos son utilizados para sincronizar los relojes de los diferentes suelos del mundo. Un caso paradigmático es la capa de Iridio que recubrió el planeta hace unos 65 millones de años cuando un meteorito se estrelló en lo que ahora conocemos como la península de Yucatán y, según dicen algunos, extinguió a los dinosaurios. Algo parecido ocurre con el inicio de los ensayos nucleares de la bomba H, que hace que el Cesio radiactivo esté ausente antes de 1950 y sea abundante después de esa fecha. Estos son dos casos que sirven de punto de sincronización a nivel planetario, pero tampoco es algo normal. Generalmente estos puntos son más regionales, como los que producen las explosiones volcánicas.
Cada explosión volcánica tiene una huella química reconocible, como si fuera una huella dactilar, y las cenizas de estas explosiones pueden esparcirse por vastas regiones, sirviendo como punto de anclaje entre las cronologías de una misma región. Evidentemente, cuanto más grande y más ceniza expulsa una erupción volcánica, una mayor región tendrá grabada en una capa estratigráfica de ceniza (tephra) el momento de dicha explosión. Aquí tenéis por ejemplo un tephra-mapa de México. |
Por último, un método que no se realizaba antes del uso de radioisótopos, pero que de hecho no depende de éstos es el método paleomagnetico. Ya en el siglo 19 se había observado como los metales de las lavas recientes se alineaban con el campo magnético, ese que rodea la Tierra y nos protege de las erupciones solares. A principios del siglo 20 Motonori Matuyama observó en suelo más antiguos del Cuaternario que la polaridad era la contraria a la actual, es decir, el norte magnético estaba en el sur geográfico. Las investigaciones prosiguieron y a mediados del siglo 20 se inventó el magnetómetro, que en un primer momento sirvió para medir la polaridad en los suelos del Atlántico y dar la razón a Alfred Wegener y su teoría de deriva continental. Posteriormente se ha utilizado la secuencia grabada en estos sedimentos como reloj global.
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En estas dos imágenes se observa como la expansión del fondo oceánico en el Atlántico debido a la salida de lava (derecha) va dejando un rastro magnético que puede ponerse en un eje temporal de millones de años (izquierda). Fuente wikipedia