Un blog de ciencia para entender el funcionamiento del planeta y su relación con la historia de la humanidad
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En una de las primeras entradas de este blog expliqué lo que es la Oscilación Sureña de El Niño (ENSO en sus siglas en inglés) y comentaba hacia el final que la variabilidad del ENSO no es tan sencilla como se había descrito en la segunda mitad del siglo 20 y que cada vez es más claro que el ENSO presenta modos muy diversos, más allá de El Niño y La Niña. Hoy intentaré explicar aquí un poco esa diversidad en vista de las confusas informaciones que están saliendo en medios de referencia como la BBC. Por si no lo recuerdan, el ENSO es un acoplamiento del océano y la atmósfera en el Pacífico tropical. La intensidad de los vientos determinan la posición de las anomalías de agua fría y caliente en la superficie del océano, lo que a su vez está relacionado con la circulación atmosférica. Donde se acumula agua cálida es donde mayor convección de vapor de agua hay en la atmósfera y por lo tanto donde más precipitaciones. De la misma forma que cualquier movimiento convectivo, todo lo que sube tiene que bajar, y este descenso se produce en la zona con la anomalía fría de temperatura del mar. El caso es que esas anomalías de temperatura pueden situarse en diferentes zonas del Pacífico tropical, siendo unas más comunes que otras. Durante la segunda mitad del siglo XX, lo más recurrente fue que las anomalías se situaran junto ambas orillas del Pacífico tropical. Así, El Niño clásico (también denominado canónico o del Este del Pacífico – EP-El Niño desde ahora), presenta una anomalía positiva (cálida) en las costas de Ecuador-Perú y negativa (fría) en la zona de Indonesia. La Niña clásica (EP-La Niña) sería al revés, anomalía fría en Ecuador-Perú y cálida en Indonesia. Aquí les dejo el gif que hice para recordarlo. Sin embargo esta tendencia parece que cambió hacia los años 90, cuando otro modo del ENSO se ha empezado a hacer más recurrente. Los primeros que lo identificaron fueron los japoneses y le llamaron El Niño modoki, que viene a significar algo así; "como El Niño pero diferente". El Niño modoki presenta una anomalía cálida en el centro del Pacífico tropical, por eso también se le llama El Niño del Centro del Pacífico (CP-EL Niño), con anomalías negativas en Ecuador-Perú e Indonesia. La CP-La Niña sería al contrario, una anomalía negativa en el centro del Pacífico y positivas en Ecuador-Perú e Indonesia. Por lo tanto cuando es del centro del Pacífico hay un doble circuito atmosférico, y no sólo uno como en el canónico, y eso produce efectos contrarios en las costas tropicales de América, pero no muy diferentes en el centro y oeste del Pacífico. O al menos eso es lo que se piensa actualmente. Aquí abajo lo pueden ver caricaturizado. Sabiendo esto, ahora les puedo decir que lo que en esta noticia llaman El Niño costero, es en realidad un La Niña del Centro del Pacífico, que es la situación que hay actualmente (marzo 2017) y que está haciendo estragos en Perú. Esto en términos paleoclimáticos es muy interesante, porque tenemos una situación más parecida a La Niña, pero que en las costas de Ecuador-Perú se parece más a El Niño, por lo que puede producir confusiones en las reconstrucciones climáticas y en las interpretaciones de los archivos documentales. De hecho cuando vimos la reconstrucción de la sequía medieval con anillos de árboles de Norte América, ésta sequía se relaciona tradicionalmente con condiciones como La Niña ya que coincide con registros de corales del centro del Pacífico. Sin embargo los registros de precipitación a partir de sedimentos de lagos y de cuevas de Ecuador y Panamá sugieren que en esa época predominaban condiciones como El Niño. Una forma de reconciliar esas posturas es asumir que durante aquella época dominaba un modo del ENSO parecido al del Centro del Pacífico, concretamente un CP-La Niña. Como comentario final, es importante remarcar que los registros instrumentales del último siglo no son tan fiables y lo importante que es acudir a reconstrucciones paleoclimáticas para ver toda la verdad. Por ejemplo, hasta hace poco se asumía que en Norteamérica las lluvias de invierno y las de verano eran opuestas. Si llovía mucho en invierno, había nieve en las montañas que reflejaba la irradiación solar y en verano el monzón, que se intensifica con la cantidad de calor acumulado en tierra, no era tan fuerte. Esto que era muy lógico para el periodo con observaciones instrumentales desde los años 40 para acá, ahora se ha visto que es erróneo. Un artículo reciente sobre la precipitación en Arizona midió en árboles el crecimiento de la madera temprana (en primavera y que se relaciona con lluvias de invierno) y el crecimiento de la madera tardía (que crece en verano y depende del monzón) y se ha visto que esa regla tomada como “escrita en piedra” es en realidad una excepción. Durante los últimos 400 años, esa relación opuesta de lluvias de verano-invierno sólo es consistente para la segunda mitad del siglo XX cuando la mayoría de la teoría climática ha sido propuesta. ¿Y si resulta que lo que hemos medido del ENSO es también casualidad y El Niño clásico es en realidad la excepción?
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Es relativamente fácil reconstruir el clima de una región a partir de un paleoregistro o de algún registro histórico. Lo difícil es saber las causas, es decir, el forzamiento que produjo esas condiciones climáticas. Cuando se intenta reconstruir directamente un forzamiento como el El Niño Oscilación del Sur (ENSO) durante las últimas centurias tenemos ese problema, ¿es esa señal (lluvia/sequía/falta de pesca) que vemos realmente debido al ENSO? Sabemos que El Niño produce fuertes lluvias en las costas de Ecuador y del norte de Perú, así que parece lógico querer reconstruir estos eventos de El Niño a partir de registros de lluvias de esta región, y de hecho existen en la literatura varios intentos por reconstruir los eventos de El Niño a partir de textos históricos. Allá a finales del siglo XIX el geógrafo peruano Victor Eguigúren ya hizo un primer intento de reconstruir las lluvia de El Niño en la ciudad de Piura. Apenas se entendía un fenómeno que mostraba cómo las lluvias en la región coincidían con las penurias de los pescadores, y Eguigúren ya fue capaz de crear el primer índice de intensidad de El Niño para el periodo 1791-1890 y poner las bases de una metodología que se fue desarrollando con los años (por desgracia no he encontrado la publicación original). Se da la curiosidad que parte de los documentos del archivo de Piura, que sería de gran utilidad para reconstruir El Niño, están dañados o se perdieron con las lluvias intensas de El Niño y lo que queda está en la ciudad de Trujillo. Uno de los más referenciados esfuerzos por reconstruir El Niño, lo lideró W.H. Quinn de la universidad Estatal de Oregón en colaboración con funcionarios del Banco Central de Reserva del Perú en los años 80. Así, a partir de publicaciones en cinco idiomas diferentes, basándose en registros como tormentas intensas, tiempos de viaje de barcos excepcionalmente cortos o largos en rutas conocidas, cosechas perdidas, inundaciones o epidemias de diferentes partes potencialmente afectadas por El Niño, hicieron una reconstrucción en la que consideraban tres categorías de intensidad; muy fuerte, fuerte y moderado. Años más tarde, en el 2000, el investigador francés, fallecido a principios de este mes, Luc Ortileb del Instituto de Investigación para el desarrollo (IRD) quien había trabajado por décadas en las costas de Chile y Perú, hizo una revisión del trabajo de Quinn y vio algunas inconsistencias. Por ejemplo, algunas de las regiones de Perú (centro y Sur) que Quinn había relacionado con El Niño, en realidad no tienen una relación clara con este tipo de eventos. En otros datos le parecía un registro demasiado disperso como para afirmar que era debido a El Niño. Al final, tras la “limpieza” de Ortileb parecía que había menos de la mitad de eventos de El Niño entre 1550 y 1900 y que en las últimas centurias El Niño se había hecho más recurrente. Pero surgía la duda de si en los últimos siglos habían ocurrido más eventos de El Niño, o es que simplemente había más registros fiables en los siglos más recientes debido a las muy diversas fuentes documentales utilizadas. Este problema lo vino a solucionar un equipo liderado por investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, con Ricardo García Herrera a la cabeza, que ya tenían amplia experiencia en la revisión de documentos históricos como las rogativas de las iglesias de la que hablamos la semana pasada. Estos autores, en colaboración con otros latinos que trabajaban en diversas instituciones de USA y Argentina revisaron el Archivo Departamental de la Libertad de la ciudad de Trujillo en el norte de Perú, y confirmaron los datos con el Archivo de Indias en Sevilla y del Archivo General de la Nación en Lima consultando en total más de 250000 paginas de fuentes fidedignas. Para reconstruir los eventos de El Niño se fijaron principalmente en los escritos sobre la presencia de precipitaciones excepcionalmente fuertes, y/o el desplome de las capturas pesqueras. Sus resultados mostraban una clara variabilidad centenaria en la frecuencia de eventos de El Niño, pero no se veía una tendencia clara en el periodo de 350 años.
Por lo tanto, la relación entre El Niño con otra región tiene un intermediario, y ese intermediario puede tener sus propias variaciones y sus propios estados “normales”. Un ejemplo claro es El Niño pasado (2015-2016) que esperábamos que las lluvias aliviasen la sequía de las Californias y al final la precipitación estuvo por debajo del promedio. Sin embargo, los “clásicos” efectos de El Niño en África, Sudamérica o Australia sí se observaron. La teleconexión atmosférica con Norteamérica no funcionó como nos tenía acostumbrados y probablemente el anómalo calentamiento del Pacífico Norte de los últimos años esté relacionado. Un caso bien estudiado de este problema es el caso del las variaciones en el flujo del río Nilo. El Islam llegó a tener un periodo de esplendor entre los siglos VII y XV gracias a que eran grandes científicos, y como tales recababan gran cantidad de datos de la naturaleza y la sociedad. Entre estos datos hoy se conserva un excelente registro de las crecidas del Rio Nilo que medían gracias a los Nilómetros, que ya vimos anteriormente, algo que ya existía desde la época de la gran civilización egipcia. Cuando en una entrada anterior describimos El Niño, hablamos de las sequías que ocurren en Etiopía y estas sequías por supuesto afectan a la cantidad de agua que fluye por el Nilo y potencialmente a las descargas en el Mediterráneo. Basándose en esta relación Quinn hizo una reconstrucción de la variabilidad del ENSO desde el siglo VII utilizando, entre otros registros, las crecidas del Nilo; menores crecidas del Nilo lo relacionó con eventos de El Niño y grandes crecidas con eventos La Niña. Pero las cosas no son tan sencillas. Comparando registros históricos de Sudamérica y el del Nilo, Ortileb (que parece que disfrutaba llevar la contraria a Quinn) vio que la correlación era bastante buena a partir de 1824, pero no en el siglo anterior. Esta fecha coincide a grandes rasgos con el final de la Pequeña Edad de Hielo y son numerosos los registros que observan profundos cambios en la circulación atmosférica al final de este periodo. Un cambio que conectó mediante una teleconexión atmosférica la precipitaciones en la cuenca del río Nilo con el calentamiento del agua superficial marina de las costas de Ecuador y Perú. Un cambio que nos hace dudar de la fiabilidad del registro del Nilo como proxy del ENSO en periodos anteriores. Actualmente, ningún registro de El Niño reconstruido a partir de archivos se considera totalmente fiable, incluso son menos utilizados que los registros provenientes de corales u otros paleoregistros. Para mí el más fiable es el de García-Herrera, pero por la simple razón de su parecido con los datos de mi investigación con sedimentos marinos. Miramos el clima del pasado a través de las gafas que nos ha dado el clima presente y todo parece indicar que éste lo hemos alterado desde al menos la revolución industrial. La graduación de nuestras gafas no es perfecta; vemos un poco menos borroso, pero nunca con la nitidez deseada. Necesitamos seguir recuperando datos del pasado que pulan ese cristal de nuestras lentes para ver un poquito mejor. No vamos a hablar aquí de las depravadas aficiones de Michael Jackson que están dándose a conocer siete años después de su muerte, aunque desde mucho antes se sospecharan. Vamos a hablar del fenómeno de El Niño que, entre otras cosas, provocó una de las más sonadas colaboraciones musicales de todos los tiempos, la cual lideró Michael Jackson. Seguro que muchos se acuerdan de aquella canción de los años 80s “We are the world” que juntaron a un lado de Michael Jackson no sólo músicos como Stevie Wonder, Tina Turner, Bruce Springsteen, Ray Charles o Bob Dylan entre otros, sino que también colaboraron actores y otros artistas como Dan Aykroyd o Bette Midler. Pues bien, todo está relacionado con uno de los eventos de El Niño más fuertes de la historia. El fenómeno de El Niño es una de las caras del acoplamiento entre el océano y la atmósfera en la región tropical del Pacífico, siendo la otra cara de la moneda lo que se conoce como La Niña. A ese acoplamiento los científicos lo llamamos El Niño Oscilación del Sur (ENSO, en su siglas en inglés). Le llamamos Oscilación porque al igual que un péndulo oscila entre dos extremos, El Niño y La Niña, aunque la mayor parte del tiempo está entre los dos, llamémoslo condiciones neutras. El problema es que estás oscilaciones no son tan regulares como los de un péndulo de reloj y por eso no es fácil de predecir. La oscilación del ENSO varía entre 2 y 8 años y es la principal causa a nivel mundial de las variaciones entre años en el clima. En el gif muestro cómo se desarrollan dichos fenómenos. En una situación neutra, los vientos alisios empujan el agua superficial del Pacífico Tropical hacia el oeste, y la circulación atmosférica asociada (circulación de Walker para los avanzados) produce lluvias en el Pacífico Occidental (por ejemplo Indonesia) y condiciones secas en el Pacífico Oriental (por ejemplo Ecuador). Las condiciones La Niña serían similares pero con unos vientos alisios más intensos, lo que produce lluvias muy intensas en Indonesia y sequías extremas en Ecuador. El Niño empieza a desarrollarse cuando esos vientos se relajan. En ese momento, todo el agua cálida que está apilada en el Oeste del Pacífico empieza a moverse como una enorme marea (onda de Kelvin) hacia el continente americano, y con ella las nubes de convección que producen las lluvias. Esto produce lluvias intensas en Ecuador y sequía e incendios en Indonesia. La onda de Kelvin puede llevar mucha fuerza, tanto que se esparce por todo el continente atrapada en la costa, desde Chile hasta Canadá, lo que suele producir el colapso de las pesquerías, ya que el agua cálida evita la llegada de nutrientes a la superficie. Por lo tanto, los eventos de El Niño y la Niña producen cambios en el océano y en la atmósfera a nivel global y uno de los sitios que suele verse afectado cuando El Niño asoma es Etiopía, en el este de África. En el año 83-84 se produjo en el Pacífico un evento de El Niño que fue el más fuerte desde que existían registros, aunque fue superado posteriormente en el 97-98. Aquel evento contribuyó a nivel científico a entender bien los efectos del El Niño y a consolidar las ideas que Bjerkness había lanzado en los años 60s, pero también trajo una de las peores sequías de la historia de Etiopía. La sequía fue utilizada como un arma por el presidente de Etiopía, Mengistu Haile Mariam, para derrotar a las tribus que se le oponían, matándolas literalmente de hambre (interesante revisión de los hechos AQUÍ). El resultado fue una de las más tristemente famosas hambrunas de África. En aquellos años, imágenes de niños desnutridos, con la panza hinchada y la mirada perdida, poblaron los telediarios y sensibilizaron a la sociedad. Aunque la ayuda humanitaria se puso en marcha, siempre parecía insuficiente. Los músicos británicos hicieron un primer aporte con la canción “Do They Know It's Christmas?” compuesta por Bob Geldof y Midge Ure, el cual tuvo bastante éxito ya que vendieron más de tres millones de copias del disco de Band Aid, que así se llamó la banda ocasional que formaron algunos de los músicos más renombrados del Reino Unido. Pero lo cierto es que ese éxito palideció cuando llegó la versión estadounidense. Fue Harry Belafonte quien empezó a buscar una colaboración entre artistas, con el nombre de USA for Africa, para la recaudación de fondos destinados a la población de Etiopía. En un principio convenció a Lionel Richie, Kenny Rogers y Stevie Wonder para componer la canción. Finalmente también contactaron con Michael Jackson que no sólo estuvo encantado de colaborar, sino que quiso también componer. Michael Jakson acababa de vender más de 50 millones de copias del álbum Thriller, el que todavía es el más vendido en la historia, y todos querían estar a su lado en esta empresa. Con los problemas de agenda de algunos de ellos, la composición final de “We are the world” fue de Richie y Jackson la cual terminaron un día antes de la grabación. Quincy Jones, el productor, convocó a las grandes estrellas de la música a un estudio de Holliwood con una petición; “dejen sus egos en la puerta”. El resto es historia de la música, una canción que vendió más de 10 millones de copias y que todavía resuena en el imaginario de muchos. Hoy en día Etiopía sigue teniendo muchos problemas debido a las sequías, en parte debido a El Niño del 2015-2016. El fenómeno de El Niño se conoce desde hace siglos en realidad. Los pescadores peruanos, en la época de la colonización española, fueron los que le dieron el nombre, El Niño, en referencia al calentamiento del agua y la ausencia de peces en las fechas del nacimiento de “el niño dios”. Sus efectos se han padecido a nivel global también desde hace siglos. Se cree que algunas de las mayores crisis del imperio Inca están relacionados con este fenómeno, con la probable declive de la cultura Moche entre otras (Fagan, 1999). También se ha relacionado un evento extremo de El Niño con la escasa cosecha en Europa de 1789, que desembocó en la revolución francesa (Grove, 1998). Hoy sigue provocando enormes dificultades a algunos países, no sólo en las pesquerías y cultivos sino también debido a que se incrementa la afección de enfermedades epidémicas como la malaria o el dengue en lugares donde se producen inundaciones. Cuanto más sabemos de El Niño, más nos damos cuenta lo poco que sabemos, ya que en realidad no hay un sólo Niño, sino que hay muchos tipos con diferentes efectos (Capotondi y colaboradores, 2015), lo que dificulta la capacidad de predicción. Habrá que seguir investigando. |
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