Un blog de ciencia para entender el funcionamiento del planeta y su relación con la historia de la humanidad
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Les propongo un ejercicio. En una vaso vacío, echen un hielo recién sacado del congelador y midan cada minuto la proporción de hielo y la proporción de agua en el vaso. Seguramente al principio parece que el hielo no se descongela, casi no aparece agua líquida. De repente habrá un cambio relativamente rápido en el que pasará de mucho hielo y un poquito de agua a mucha agua y un poquito de hielo. Por último ese último resto de hielo parece que se resiste a desaparecer y estará así un buen rato hasta que, efectivamente, todo el hielo se ha convertido en agua. Esta respuesta no lineal, como la que pueden ver en la figura, se le denomina cambio de fase y cuando hablamos del deshielo de los glaciares debido a un calentamiento global esperaríamos una respuesta similar, pero a una escala mucho mayor que la de un vaso de agua, por supuesto. Sin embargo, algo que mantuvo a los científicos un poco desconcertados fue que la respuesta de los glaciares de los Alpes al calentamiento fue mucho más rápido de lo esperado. Todo parece indicar que el incremento de la temperatura que ha tenido el planeta desde mediados del siglo XIX se inició con la quema de combustibles fósiles en la revolución industrial. Bueno, en realidad la revolución industrial empezó con la industria textil un siglo antes en Inglaterra, pero la expansión del modelo energético en otros países europeos tardó unas décadas, por lo que se pone su inicio alrededor de 1820-1830. Después, hacia 1850, en Inglaterra ya empezaba la segunda fase de la revolución industrial con los grandes hornos siderúrgicos y la generalización del transporte ferroviario que tuvo una una capacidad transformadora mucho mayor y también un enorme consumo de carbón. Estos cambios de modelo energético han quedado maravillosamente registrados en los glaciares de los Alpes, donde se observan la quema de combustibles de diferentes tipos (fósiles, maderas y pastos) que dejaron en los núcleos de hielo una señal diferente del isótopo de carbono. Así, la madrera de plantas C3 presentan valores menores que los pastos y plantas C4 y que los combustibles fósiles, de forma similar a cómo vimos ese cambio en los suelos de África. También el tamaño de las partículas de carbono ayuda a interpretarlo, ya que las más grandes son probablemente de zonas cercanas al glaciar, mientras los más pequeños pueden llegar de más lejos.
Recientemente se propuso que ya en 1830 la actividad industrial fue capaz de alterar la composición atmosférica y alterar el flujo de energía, iniciándose un periodo de calentamiento que continúa hoy en día. Es decir, la respuesta del clima del planeta fue relativamente rápida al forzamiento de origen humano, pero los glaciares de los Alpes empezaron a derretirse hacia 1865. Esto confirma el experimento casero que les propuse al principio, que el hielo tarda un tiempo en derretirse. Pero hay un problema, porque los modelos termodinámicos sugieren que ese retroceso glaciar debería haberse observado hasta el siglo XX cuando el cambio de temperatura se hizo mucho más evidente. Además, en periodos como el inicio del siglo XX, que fueron fríos y con elevada precipitación, más similar a la Pequeña Edad de Hielo, los glaciares en los Alpes siguieron retrocediendo, cuando en realidad deberían haber aumentando. ¿Qué estaba pasando entonces? La respuesta en realidad es bastante sencilla y con una pregunta ya van a entenderlo. En verano, cuando hace calor y el Sol pega duro, ¿qué color de ropa prefiere llevar, colores claros y blanco, o colores oscuros y negro? Si no es usted de la moda “Gótica” o “Dark” habrá dicho que ropa blanca, porque sabe que el negro absorbe el calor, mientras que el blanco lo refleja. Pues esencialmente eso es lo que pasó con los glaciares de los Alpes a partir de 1850, cuando el hollín de la revolución industrial se depositó y empezó a absorber energía que transfería al hielo. Hielo que empezó a derretirse aceleradamente tan pronto como 1865 y que desembocó en la reducción de la extensión de los glaciares. De hecho hay quien ha propuesto pintar azoteas y carreteras de blanco en vez de que tengan colores oscuros para reducir la “isla de calor” en la que se convierten las ciudades en verano. En la figura de abajo pueden ver cómo esos modelos termodinámicos recogen claramente el efecto del cambio en el albedo, que es así como se llama a la reflexión de la luz por la superficie del planeta, al pasar de un blanco impoluto a uno más oscuro por el contenido de hollín. Esta anécdota del pasado europeo, es en realidad bastante actual, ya que en los últimos años en China e India ha aumentado enormemente la quema del barato carbón (que forma mucho más hollín que el petróleo). Esto, unido al elevado consumo que continúa habiendo en otras regiones, especialmente Estados Unidos y algunos países europeos, parece que está afectando a glaciares del Hemisferio Norte de forma similar a lo que ocurrió con los glaciares de Europa durante la revolución industrial. Una atmósfera limpia de partículas de carbón no es sólo más sana para todos, sino que sería una de las medidas más efectivas en limitar el calentamiento de la atmósfera, ya que el carbón también absorbe mucho calor cuando se encuentra en la atmósfera, no sólo cuando se deposita y cambia el albedo de los glaciares. Tampoco el problema de partículas provenientes de combustibles fósiles es exclusivo del carbón. Por ejemplo, partículas procedentes de la quema de diésel de baja calidad, muy común en barcos, ha podido “regar” con partículas oscuras los hielos árticos, ya que el deshielo está permitiendo un mayor tráfico naval, que a su vez lleva más partículas, que producen más deshielo. Esto se denomina un sistema que se retroalimenta y no es el único que ocurre, hay una retroalimentación natural relacionada con el albedo del hielo marino. La energía solar pasa de ser reflejada por el blanco hielo marino a ser absorbida por el azul del mar por lo que éste acumula un calor que dificulta que se forme más hielo y eso hace que siga aumentando la acumulación de calor en el mar. Un sistema que se retroalimenta doblemente y que hace frotarse las manos a los dueños de las navieras. Casualmente, (esta entrada estaba escrita desde hace una semana) hace unos días salió una gráfica que muestra la variación estacional en la extensión de hielo marino desde el año 1978. En ella se observa claramente el año 2016 con un perfil completamente diferente, con un mes de noviembre que debería estar mostrando la extensión más elevada del año muy por debajo de otros años o de otros meses que generalmente tienen menor extensión. La pregunta que salta a la cabeza es si esto es el cambio de fase del que hablábamos al principio, si los cambios van a acelerase desde ahora y por las siguientes ¿décadas?, ¿años?, ¿centurias? ¿Vamos hacia un nuevo estado de equilibrio del que no sabemos nada? Son tiempos apasionantes para los climatólogos, solo esperemos que no sean desastrosos para la humanidad. Todo dependerá de cómo nos enfrentemos como sociedad planetaria a los cambios que se avecinan.
Referencias
Abran et al., 2016 Early onset of industrial-era warming across the oceans and continents Nature 536, 411–418 doi:10.1038/nature19082 Painter et al., 2013 End of the Little Ice Age in the Alps forced by industrial black carbon. PNAS September 17, 2013 vol. 110 no. 38. doi/10.1073/pnas.1302570110 Tedesco et al., 2016 The darkening of the Greenland ice sheet: trends, drivers, and projections (1981–2100). The Cryosphere, 10, 477-496. doi:10.5194/tc-10-477-2016 Thevenon et al., 2009. Mineral dust and elemental black carbon records from an Alpine ice core (Colle Gnifetti glacier) over the last millennium. JOURNAL OF GEOPHYSICAL RESEARCH, VOL. 114. doi:10.1029/2008JD011490 http://blogs.ei.columbia.edu/2016/03/22/the-damaging-effects-of-black-carbon/ Cuando hablamos de reconstrucciones del clima a partir de documentos históricos, estos mismos registros también nos están diciendo mucho de las cosas importantes que representan a un pueblo. En España y latinoamérica la iglesia hizo importante y parte central de la cultura los rezos y procesiones y hoy tenemos buenas reconstrucciones gracias a las rogativas. En Holanda, el “país bajo” que lleva centurias combatiendo las mareas altas del mar es donde se inventó el primer sistema de mediciones del nivel del mar y tienen un buen registro desde el siglo XVIII. En la costa de china los reportes oficiales informaban de la llegada de los tifones. En Francia en cambio, lo que más les preocupó a lo largo de su historia es el vino y en la región de la Borgoña llevan apuntando la fecha de la vendimia desde el siglo XIV. Con razón es el pueblo que nos liberó del yugo monárquico con su revolución de 1789, aunque como veremos les costó un tiempo mayor para actuar con la libertad que aparentemente habían ganado. Lo primero que hay que entender es que antes de la revolución francesa el día de la vendimia no era el día que quisieran los que cultivaban la uva, sino que había una orden (“ban des vendages”), de origen municipal (o señorial mientras duró la organización medieval de señoríos), que dictaminaba el día que podía empezar la recolecta de la uva. Este día no era escogido al azar, sino basándose en la decisión tomada por personas cualificadas que evaluaban la madurez de la uva. Como veis tan protocolario como las rogativas de las iglesias y es precisamente estos sistemas tan protocolarios los que dan fiabilidad a los datos. Después de la revolución, el sistema se perpetuó con pequeñas modificaciones a pesar de que en teoría podían recolectar libremente según sus intereses; es difícil cambiar costumbres adquiridas por cientos de años. La cosa cambió un siglo después, en 1889, cuando hubo varias plagas, como la filoxera, que estaban provocando grandes pérdidas en las vides europeas y, ahora ya sí, cada agricultor decidía cuando recoger la uva. Ya en tiempos modernos, desde 1979, se proclama a posteriori un día oficial de vendimia en base a los datos de recolección de diferentes viñedos y que pueden variar según la variedad de uva. Ahora bien, ¿qué cualidades debe tener la uva para empezar a recolectarla y qué relación tiene con el clima? Si no han vivido en una cueva habrán sido testigos de la moda del vino y de todos los parámetros que se consideran en la evaluación de un vino: color, olor, grado alcohólico, etc y por su puesto el sabor que es en lo que nos fijamos los más profanos; para mi el vino bueno es el vino que me gusta. Pues bien, todas esas características empiezan en la propia uva, aunque después el proceso de fermentación y almacenaje también tenga su importancia, y para un mismo viñedo dependerán esencialmente de la lluvia y el calor que ha recibido la planta y el fruto. Para tener una buena cosecha primero debe crecer bien y que los racimos y uvas alcancen a tener un buen tamaño, que depende de la disponibilidad de agua y calor que ha tenido la vid en primavera. Si ha llovido poco, o ha hecho mucho frío los racimos crecerán poco y serán más pequeños. La importancia de ambos factores dependerá de cada sitio. En zonas secas y cálidas como el sur de la península ibérica, de Italia o Baja California en México, el factor agua es el limitante y por eso es normal el riego artificial. En zonas más húmedas como Francia o Alemania, es el calor lo que falta y será el factor más importante para conseguir una buena cosecha. Para atinarle a la fecha exacta de recolección en el verano, uno de los factores más importantes es que la uva tenga una concentración de azúcares adecuada, lo que después permitirá la fermentación y el grado alcohólico. Esto está relacionado con un balance entre calor y lluvia en verano (y del tamaño que ha alcanzado la uva en primavera). Si el verano es lluvioso y fresco puede ser un problema, ya que la uva queda “aguada”, con pocos azúcares, y después no va a alcanzar el grado alcohólico necesario en la fermentación. En estas condiciones se retrasa la cosecha esperando que unos días de sol intenso le den la concentración de azúcares necesaria. Si el verano es muy caluroso y seco debe adelantarse la recolecta para que no se seque el fruto. Este equilibrio se ve claramente al analizar las fechas de vendimia de diferentes regiones. En Baja California y otras regiones de clima mediterráneo seco las fiestas de la vendimia son en agosto, mientras que en zonas más húmedas son en septiembre u octubre. Una vez sabido esto, no les sorprenderá saber que las fechas de recolección de la uva en Francia están claramente correlacionadas con la temperatura entre los meses de abril a agosto; temperaturas más elevadas están relacionadas con fechas más tempranas de recolección, algo que no es tan claro en el sur de España, Portugal o Italia. En el caso de Francia, por el incremento de un grado de temperatura se reduce hasta 6 días la fecha de recolección. Cuando observamos la serie de tiempo más larga, de la región de Borgoña, podemos ver los grandes patrones, cómo se entra en la pequeña edad de hielo hacia 1400 y se sale al periodo cálido actual, con un récord en 2003 con la cosecha más tempranera de todo el registro. Una pena que no haya datos del periodo Medieval, que fue cálido en Europa, para compararlo con los datos actuales. También llama la atención un periodo con cosechas más tempraneras (1640-1750) que coincide en gran parte con el mínimo de Maunder durante el cual el sol estuvo menos activo y se supone más frío en Europa. Esto es un ejemplo de libro de cómo un único registro puede llevarnos a engaño debido a muchos factores; cambios en prácticas agrícolas, presencia de plagas, mayor deforestación que influyó en la humedad del valle, etc. Ahora vean la imagen de abajo en la que se compilan los datos de 27 regiones vinícolas de Europa. Estos datos confirman que el año 1816 no tuvo verano, debido a la explosión del Tambora, con las fechas más tardías de cosecha de todo el registro a nivel global. También se ve cómo en el periodo del mínimo de Maunder (1645-1715) se registran dos cosechas bastante tardías y ninguna temprana lo que confirma que sí hizo frío, aunque en algunas regiones como la de Borgoña no se vea. De la misma forma que el registro de la cosecha nos ayuda a reconstruir el clima, la puesta en común de datos climáticos y de vendimia puede ayudar a entender mejor las necesidades de la uva para conseguir un buen vino. Algo que ha llamado la atención recientemente es la relación de la uva francesa con la precipitación, ya que en general si el año era lluvioso se necesitaba retrasar la recolecta de la uva. De hecho, para esta región los vinos de mejor calidad son los que se recolectan antes, cuando coinciden altas temperaturas y condiciones secas en verano y en los últimos años la vendimia se ha adelantado bastante respecto de los últimos cinco siglos como se observa en la figura de abajo. Sin embargo, al juntar datos de precipitación y temperatura (obtenidos con anillos de árboles, registros históricos, espeleotemas y núcleos de hielo) y compararlos con los de recolección de la uva en diferentes lugares de Francia y la nota alcanzada en cuanto a calidad, se observa que durante los últimos 30 años las temperaturas han sido lo suficientemente elevadas para que la uva alcance sus cualidades necesarias sin que hubiera un periodo seco típico del final del verano. Una forma de verlo es tomando los años con la vendimia más temprana (al menos 7 días antes del promedio) de los dos periodos, 1600-1980 y 1981-2007, y ver como fueron su temperatura, precipitación y la humedad del suelo. Así se observa, en la figura de abajo, cómo antiguamente los vinos tempraneros de alta calidad franceses coincidían con temperaturas por encima del promedio y condiciones más secas del promedio. En cambio, en las últimas décadas las condiciones son claramente más cálidas, pero la lluvia y la humedad del suelo tienen valores incluso por encima del promedio. Hasta aquí mi trilogía de registros históricos. La semana que viene un poco de carbón y nieve para la navidad que ya se acerca. Referencias: Cook y Wolkovich 2016 Climate change decouples drought from early wine grape harvests in France. Nature Climate Change. doi: 10.1038/NCLIMATE2960 Krieger et al., 2011 Seasonal climate impacts on the grape harvest date in Burgundy (France). Climate of the Past. doi:10.5194/cp-7-425-2011 Daux et al., 2012 An open-access database of grape harvest dates for climate research: data description and quality assessment. Climate of the Past. doi: 10.5194/cp-8-1403-2012 Es relativamente fácil reconstruir el clima de una región a partir de un paleoregistro o de algún registro histórico. Lo difícil es saber las causas, es decir, el forzamiento que produjo esas condiciones climáticas. Cuando se intenta reconstruir directamente un forzamiento como el El Niño Oscilación del Sur (ENSO) durante las últimas centurias tenemos ese problema, ¿es esa señal (lluvia/sequía/falta de pesca) que vemos realmente debido al ENSO? Sabemos que El Niño produce fuertes lluvias en las costas de Ecuador y del norte de Perú, así que parece lógico querer reconstruir estos eventos de El Niño a partir de registros de lluvias de esta región, y de hecho existen en la literatura varios intentos por reconstruir los eventos de El Niño a partir de textos históricos. Allá a finales del siglo XIX el geógrafo peruano Victor Eguigúren ya hizo un primer intento de reconstruir las lluvia de El Niño en la ciudad de Piura. Apenas se entendía un fenómeno que mostraba cómo las lluvias en la región coincidían con las penurias de los pescadores, y Eguigúren ya fue capaz de crear el primer índice de intensidad de El Niño para el periodo 1791-1890 y poner las bases de una metodología que se fue desarrollando con los años (por desgracia no he encontrado la publicación original). Se da la curiosidad que parte de los documentos del archivo de Piura, que sería de gran utilidad para reconstruir El Niño, están dañados o se perdieron con las lluvias intensas de El Niño y lo que queda está en la ciudad de Trujillo. Uno de los más referenciados esfuerzos por reconstruir El Niño, lo lideró W.H. Quinn de la universidad Estatal de Oregón en colaboración con funcionarios del Banco Central de Reserva del Perú en los años 80. Así, a partir de publicaciones en cinco idiomas diferentes, basándose en registros como tormentas intensas, tiempos de viaje de barcos excepcionalmente cortos o largos en rutas conocidas, cosechas perdidas, inundaciones o epidemias de diferentes partes potencialmente afectadas por El Niño, hicieron una reconstrucción en la que consideraban tres categorías de intensidad; muy fuerte, fuerte y moderado. Años más tarde, en el 2000, el investigador francés, fallecido a principios de este mes, Luc Ortileb del Instituto de Investigación para el desarrollo (IRD) quien había trabajado por décadas en las costas de Chile y Perú, hizo una revisión del trabajo de Quinn y vio algunas inconsistencias. Por ejemplo, algunas de las regiones de Perú (centro y Sur) que Quinn había relacionado con El Niño, en realidad no tienen una relación clara con este tipo de eventos. En otros datos le parecía un registro demasiado disperso como para afirmar que era debido a El Niño. Al final, tras la “limpieza” de Ortileb parecía que había menos de la mitad de eventos de El Niño entre 1550 y 1900 y que en las últimas centurias El Niño se había hecho más recurrente. Pero surgía la duda de si en los últimos siglos habían ocurrido más eventos de El Niño, o es que simplemente había más registros fiables en los siglos más recientes debido a las muy diversas fuentes documentales utilizadas. Este problema lo vino a solucionar un equipo liderado por investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, con Ricardo García Herrera a la cabeza, que ya tenían amplia experiencia en la revisión de documentos históricos como las rogativas de las iglesias de la que hablamos la semana pasada. Estos autores, en colaboración con otros latinos que trabajaban en diversas instituciones de USA y Argentina revisaron el Archivo Departamental de la Libertad de la ciudad de Trujillo en el norte de Perú, y confirmaron los datos con el Archivo de Indias en Sevilla y del Archivo General de la Nación en Lima consultando en total más de 250000 paginas de fuentes fidedignas. Para reconstruir los eventos de El Niño se fijaron principalmente en los escritos sobre la presencia de precipitaciones excepcionalmente fuertes, y/o el desplome de las capturas pesqueras. Sus resultados mostraban una clara variabilidad centenaria en la frecuencia de eventos de El Niño, pero no se veía una tendencia clara en el periodo de 350 años.
Por lo tanto, la relación entre El Niño con otra región tiene un intermediario, y ese intermediario puede tener sus propias variaciones y sus propios estados “normales”. Un ejemplo claro es El Niño pasado (2015-2016) que esperábamos que las lluvias aliviasen la sequía de las Californias y al final la precipitación estuvo por debajo del promedio. Sin embargo, los “clásicos” efectos de El Niño en África, Sudamérica o Australia sí se observaron. La teleconexión atmosférica con Norteamérica no funcionó como nos tenía acostumbrados y probablemente el anómalo calentamiento del Pacífico Norte de los últimos años esté relacionado. Un caso bien estudiado de este problema es el caso del las variaciones en el flujo del río Nilo. El Islam llegó a tener un periodo de esplendor entre los siglos VII y XV gracias a que eran grandes científicos, y como tales recababan gran cantidad de datos de la naturaleza y la sociedad. Entre estos datos hoy se conserva un excelente registro de las crecidas del Rio Nilo que medían gracias a los Nilómetros, que ya vimos anteriormente, algo que ya existía desde la época de la gran civilización egipcia. Cuando en una entrada anterior describimos El Niño, hablamos de las sequías que ocurren en Etiopía y estas sequías por supuesto afectan a la cantidad de agua que fluye por el Nilo y potencialmente a las descargas en el Mediterráneo. Basándose en esta relación Quinn hizo una reconstrucción de la variabilidad del ENSO desde el siglo VII utilizando, entre otros registros, las crecidas del Nilo; menores crecidas del Nilo lo relacionó con eventos de El Niño y grandes crecidas con eventos La Niña. Pero las cosas no son tan sencillas. Comparando registros históricos de Sudamérica y el del Nilo, Ortileb (que parece que disfrutaba llevar la contraria a Quinn) vio que la correlación era bastante buena a partir de 1824, pero no en el siglo anterior. Esta fecha coincide a grandes rasgos con el final de la Pequeña Edad de Hielo y son numerosos los registros que observan profundos cambios en la circulación atmosférica al final de este periodo. Un cambio que conectó mediante una teleconexión atmosférica la precipitaciones en la cuenca del río Nilo con el calentamiento del agua superficial marina de las costas de Ecuador y Perú. Un cambio que nos hace dudar de la fiabilidad del registro del Nilo como proxy del ENSO en periodos anteriores. Actualmente, ningún registro de El Niño reconstruido a partir de archivos se considera totalmente fiable, incluso son menos utilizados que los registros provenientes de corales u otros paleoregistros. Para mí el más fiable es el de García-Herrera, pero por la simple razón de su parecido con los datos de mi investigación con sedimentos marinos. Miramos el clima del pasado a través de las gafas que nos ha dado el clima presente y todo parece indicar que éste lo hemos alterado desde al menos la revolución industrial. La graduación de nuestras gafas no es perfecta; vemos un poco menos borroso, pero nunca con la nitidez deseada. Necesitamos seguir recuperando datos del pasado que pulan ese cristal de nuestras lentes para ver un poquito mejor. Si vives o eres originario de un país de tradición católica, y teniendo en cuenta que estas leyendo un blog en español es lo más probable, sabrás de procesiones, rezos y otra parafernalia creyente para pedir al santo o virgen para que llueva y tener buena cosecha. En general son los propios creyentes quienes piden este tipo de eventos cuando miran el cielo y lo ven demasiado despejado para la época. Esto se denominan peticiones rogativas y muchas de estas parroquias, iglesias y catedrales han llevado un detallado registro de estas peticiones a lo largo de su historia ya que era un asunto realmente serio con un protocolo bastante detallado. El proceso era, y probablemente siga siendo en zonas rurales de España y Latinoamérica, que la gente pedía al municipio el inicio de estas rogativas y después el municipio pedía al párroco que se hiciesen las rogativas, dejando claro quien era la máxima autoridad. Por su puesto por cada paso había varias reuniones para hacerse los importantes. Esta tradición permitía a la población imprimir su acerbo cultural a un evento religioso y demostrar sus preocupaciones. A la vez la iglesia tenía bajo control a la población, evitando las protestas y canalizando las tensiones sociales. Todo este protocolo ha quedado fielmente transcrito y hoy está resultando enormemente útil para la reconstrucción histórica de “calamidades”. En este blog nos interesan las calamidades relacionadas con el clima, sequías, inundaciones, pero también se hacían peticiones rogativas por enfermedades, epidemias, o por la salud del rey de turno. En el caso de España (de la península Ibérica), las rogativas relacionadas con las lluvias se hacían entre las festividades de San Marcos (25 de abril) y San Isidro (15 de mayo), justo el periodo primaveral en el que la presencia de lluvias es crítica para una buena cosecha. Estas fechas “oficiales” se pusieron durante el pontificado de San Greogorio Magno en el año 590 y, como muchas otras celebraciones, no es más que una adaptación de las costumbre paganas y festividades agrícolas que pedían agua al dios de la lluvia con cantos y sacrificio de animales. En el caso de México (Nueva España hasta 1821) es un poco diferente, ya que como sabemos la entrada de los españoles fue como el de un elefante en una cacharrería. Ignoraron el conocimiento agrícola prehispánico, como las chinampas en Tenochtitlán, y empezaron a organizar los cultivos a la manera española, aunque el clima, la geografía y las variedades introducidas y originales tenían muchas diferencias. Así por ejemplo hay bastantes rogativas por inundaciones, pero a veces se duda si es por eventos de precipitación extremos o por modificaciones del territorio que favorecieron ese tipo de desastres. También hay rogativas relacionados con terremotos y actividad volcánica que no se daban en la península ibérica. En algunas localidades también se hacía una rogativa anual tratando de adaptar celebraciones indígenas, pero en otras no se hacía así, por lo que la institucionalización de las rogativas parece que no es tan fiable en poblaciones pequeñas. En cualquier caso en ciudades importantes, como ciudad de México, hay un registro bastante bueno de rogativas (no sólo de México sino de Filipinas, Cuba o incluso Alaska) que muestran cómo la Virgen de Guadalupe y la Virgen de los Remedios tomaron el puesto del dios Tlaloc de los aztecas. Una de las cosas más interesantes es que había varias categorías en las rogativas de acuerdo a la severidad de la sequía, así que no es simplemente un archivo de ceros y unos (0=no hay sequía; 1=sequía) sino una escala completa. Las acciones que se tomaban diferían de unos sitios a otros. En la tabla siguiente especifico las escalas más comunes de España y México. Si les interesa la parte histórica les recomiendo lecturas al final de esta entrada. Yo les voy a contar algunos de los resultados sobre el clima de la península Ibérica y México que se han obtenido a partir de estos registros y su relación con algunos de los forzamientos que ya hemos comentado en entradas anteriores. Si recuerdan ya vimos cómo el mínimo de Maunder (entre 1645 y 1715) influyó en las presencia de huracanes en el Caribe. Sin embargo, no muy lejos de esos mares, las precipitaciones fueron más convulsas para el centro de México (región de México, Puebla, Morelia, Oaxaca y Guadalajara) donde hubo mas precipitaciones fuertes que en el periodo posterior en base a las rogativas pro serenitatem (es decir, ceremonias en los que se pide la dispersión de tormentas). También, según Garza-Merodio, hubo menos sequías según las peticiones pro pluvia (que piden que llueva). Aparentemente, estas condiciones tan húmedas perjudicaron al trigo introducido por los españoles y las plagas fueron más comunes, lo que produjo revueltas sociales en las décadas más anómalas, climáticamente hablando (1680-1690). Esto también ocurrió en Perú, lo que llevó a un cambio en la agricultura, disminuyendo desde entonces el uso del trigo y aumentando el de caña de azúcar. Para la península Ibérica en cambio los datos no están claros y varían entre estudios, el mínimo de Maunder pudo provocar condiciones más secas según Domínguez Castro y colaboradores (2010), mientras que en Barriendos (1997) observan menos peticiones de lluvia, lo que sugiere condiciones más húmedas. ¿A cual hacemos caso? Ambos autores piden cautela con los resultados, pero parece lógico pensar que el estudio de 2010 al estar más actualizado y considerar más fuentes documentales (de más iglesias) es más fiable. También vimos anteriormente cómo la actividad volcánica puede producir cambios en el clima, y esto también ha quedado registrado en los archivos de iglesias católicas. Hay que considerar que la explosión del Tambora (1815) coincidió con otro mínimo solar, el mínimo de Dalton (1790-1830), por lo que sus efectos pueden confundirse. De hecho, la combinación de ambos, actividad volcánica y menor actividad solar, es lo que se cree produjo todo el periodo frío conocido La Pequeña Edad de Hielo. En México en el año 1815 hubo grandes tormentas, de igual forma que vimos para Waterloo, mientras que los años siguientes en general fueron condiciones más secas. En España aparentemente ocurrió algo parecido, muchas lluvias justo después de la erupción, pero en 1817 las rogativas pro lluvia se hicieron por toda la península, lo que sugiere una fuerte sequía (Dominguez-Castro y colaboradores 2012) Resumiendo, hoy vimos cómo un mismo forzamiento (los mínimos solares) puede tener un efecto diferente en Mesoamérica y la península Ibérica, u otro tipo de forzamiento (volcanes) consecuencias parecidas a pesar de la distancia. La semana que viene seguiremos con este tipo de reconstrucciones históricas, pero esta vez, para el fenómeno de El Niño. Referencias
Para España consulten el artículo “Las rogativas” de Carmen Gozalo de Andrés para la revista del aficionado a la meteorología [PDF], o algo más técnico “La climatología histórica en el marco geográfico de la antigua monarquía hispana” de Mariano Barriendos [aquí]. Para México “Climatología histórica: las ciudades mexicanas ante la sequía (siglos XVII al XIX )” de Gustavo Garza Merodio de 2006 [PDF]. Otros artículos de este autor (1 y 2) En todos ellos podrán encontrar muchas otras referencias de interés. |
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